Francisco Collado |
Comenzaba a refrescar la noche pacense, cuando los
dedos sabios y ágiles del alentejano Antonio Chainho, ya navegaban el mástil de
la portuguesa guitarra. Una guitarra que ha compartido rasgados y punteos con
Paco de Lucia o John Willians. Antonio Chainho desgrano notas teñidas de
nostalgia, tristes acordes nacidos en interminables madrugadas de Alfama y
Chiado. El maestro traía en su equipaje una espectacular muestra de lo que es
la verdadera fusión. De su guitarra surgían acordes de claro influjo andalusí,
junto a la nostalgia atlántica de una ciudad que vive a pie de océano. La pieza
“Variaçoês La” bebe directamente de patios andaluces, con acordes “jondos”. En
“Guitarra sem Fronteiras”, las influencias sureñas y flamencas forman parte de
la estructura armónica de la obra, mixturadas con los correspondientes retazos
de “saudade”. Pero es en “Escadinhas do Duque”, donde el guitarrista vierte
todo su poso fadista en una melodía nostálgica, casi una fado-oración, que
rememora estrechas callejuelas y culmina con evocaciones de una danza
alentejana, plena de técnica y virtuosismo. Después la guitarra portuguesa se une a la voz adensada y
profunda de Isabel Noronha, para destilar gotas de melancolía, para descender
al recuerdo de aquello que no volverá en un ejercicio de “saudosismo” hermoso y
agradecido. Pero lo mejor está por llegar y el conjunto acomete las notas
arábigas de “Cançao do Mar” que popularizara Dulce Pontes (vía Amália
Rodrigues), escrita por Frederico de
Brito y música de Ferrer Trindade. Una canción que requiere un gran recorrido
vocal y que esta fadista, de “nueva generación”, resolvió con sentimiento y
técnica apabullantes. El solista vino acompañado de Ciro Bertín, Tiago Oliveira
y Diogo Melo de Carvalho. Para su despedida, ejecutó una obra de un virtuosismo
vocacional donde se pudieron ver todas las técnicas posibles: dedos a media
pulsación sobre los trastes, arpegios, picados espectacular, para este
prodigioso “dedilhador” cuya técnica impecable no adormece el sentimiento.
Antonio
Chainho dejó aromas atlánticas en la fría noche, para dar paso a las dos
cantantes que traerían el Mediterráneo hasta el Auditorio Ricardo Carapeto:Noa
y Pasión Vega.
Las intérpretes habían elegido un repertorio de lo más ecléctico, con
mágicos instantes a dúo y momentos solistas donde surge lo mejor de cada casa.
En el caso de la israelí, los acordes étnicos y las raíces yemenitas. En la enjundia de Pasión Vega, las fuentes
copleras, absolutamente renovadas y rejuvenecidas en su calidez (y calidad) vocal.
La elegante y precisa voz de la malagueña/extremeña/madrileña, destiló clásicos como “Y sin
embargo, te quiero”, territorio donde se siente como pez en el agua. Ese es el sitio
de su recreo (con permiso de Antonio Vega). En estas lides, la cantante sabe
como prologar la nota, como juguetear con el verbo, como dilatar el espacio y
el tiempo, como detenerse en la brevedad de los acentos. Pasión es copla; sin
duda; pero es mucho más, como demostró con temas tan impactantes como esa
versión de Eric Satie y Javier Rubial que se llama “La Flor de Estambul”,
inspirada en la “Gnosienne 1” del compositor impresionista francés,
introduciendo compáses de bulerías en un tema de Noa o destrozándonos el
corazón con “Es caprichoso el Amor” del maestro Serrat. Es apreciable es
esfuerzo de cada una de ellas por adaptarse a los modos, idiomas y estilos de
la otra, por aprovechar el espectáculo para revindicar con esa oración laica de
Erri de Luca sobre la tragedia de nuestro Mediterráneo. Hoy tumba y vertedero
de seres humanos. Triste amenaza, en lugar de belleza
También
hubo espacio para recordar a Sabina, con su hermosísima composición (junto a
Antonio Martínez Ares y Pancho Varona) titulada “Como te Extraño”, que escribió
dedicada a la memoria de Camarón. Este poema, musicado por tangos, te hace
sentir (como dice la letra) autenticas “duquelas” o fatiguitas. Pasión; silueta
de verde luna en silla de enea; se la lleva a su terreno con poderío y
raza.
La
canción “You-Tú”, en hebreo y castellano;
que Noa grabó con Sabina en “Love Medicine”; fue uno de los momentos cumbres
del recital. Una letra de antología que desbroza corazones, para una melodía
perenne y emotiva. En las voces de Noa y
Pasión Vega la balada adquiere matices etéreos y mágicos. También se merendaron
un tema tan señero como “A La Sombra de un León”, en una alquimia inexplicable
y sabia que sólo se produce durante la conjunción de talentos telúricos como los
que poseen estas mujeres.
“Sonata
de Luna en Marrakesk” sirvió para recordar a Carlos Cano. Una vez más la
mixtura idiomática, la mezcla que no es sino renovación y pureza, la mixtura
que deviene idioma único: La música.
Hubo
sitio para todo en este concierto, desde percusión pectoral (golpeándose el
pecho) para un tradicional yemenita “titulado “Yuma”, p tiempo para navegar desde la
tradicional balada napolitana de 1944: Tammuriata
Nera, a la rítmica Babel:
Vuélveme a
susurrar
Esa historia
de Babel
No dudaré
jamás
de que el
amor nos enseña a volar.
Amor sin más
La cantante israelita es también instrumentista (y una
gran percusionista) como demostró en uno de los instantes más rítmicos de la
noche, acompañándose ella misma a la
percusión en Pokeach y consiguió llenar el espacio con “Míshela”.
Los momentos realmente intensos del espectáculo
llegaron con canciones emblemáticas como “Uno Queriendo ser Dos”, con la
celebrada interpretación de un título tan difícil como carismático: la
irrepetible “Mediterráneo” de Serrat, o la esplendorosa “La Vida es Bella”. La
interpretación fue ampliamente celebrada por el público que, a esas horas, ya
entraba en hipotermia. Una celebración de lujo, no sólo en lo musical, ya que
la reivindicación y la solidaridad estuvieron presenten en esta hibridación de
géneros y estilos, que es una propuesta exclusiva de nuestra ciudad. La única
donde el Mediterráneo de Noa y Pasión Vega, se funde con el Atlántico y la
“saudade”. Por mucho tiempo…
Fotografías:Francisco Collado |
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