Pocos autores de cómic o novela gráfica, tienen la satisfacción de ver reflejado en la pantalla su mundo creativo con una dignidad
que no desmerezca el original. La incursiones del cine en el ámbito de la literatura dibujada, han ofertado
altibajos y sinsabores junto a obras de calidad apreciable. Frank Miller puede
disfrutar de la adaptación al cine de dos de sus obras, acompañadas de una
calidad extrema, pero conservando el espíritu de su génesis en papel. Sin City es una obra maestra que lo
toma como referente, respetándolo y sublimándolo, en cuyo proceso participó el
mismo autor. En el caso de 300, el
director a seguido la misma vía, elevándose hasta el discurso visual del dibujo mediante las posibilidades del cine
digital, recreando las estética del original con una fidelidad portentosa. 300 nos hizo retornar a aquellas tardes
de sesión doble, cuando íbamos (con escasas pesetas) a ver una de romanos. Aquella versión se llamó El León de Esparta de Rudolph Maté, también conocida como Los Trescientos Espartanos. En ella
(1964) ya aparecían todas las vicisitudes que 300 nos ha devuelto: El duro entrenamiento del ejército hoplita, la
alusión a las flechas que taparían el sol, la despedida orgullosa de las
abnegadas mujeres espartanas, que regalaban a sus hijos al cumplir veinte años
el escudo llamado hoplón. Vuelve con tu
escudo, o sobre él. Eeatan Eepitas. El icono del género durante esa década
fue Steve Reeves, un Mister Universo reciclado en actor, para un género donde
la censura permitía lucimiento de muslo viril, bajo escasos faldellines. Otras
sesiones, era el hierático Victor Mature, en el papel del gladiador Demetrius,
quien amenizaba las tardes con su habitual parquedad expresiva. 300 fue acusada de ser tan solo un
festival de físicos armónicos, un catálogo de abdominales pulidos y coreografía
marcial. Se trató de demonizar la película aplicando al año 480 antes de
Cristo, clichés comedidos y soplagaitas, de nuestra descafeinada época. Los
tertulianos charlatanes y casposos, cuyo acercamiento a la literatura comienza
(y termina) en las hojas del Libro de Familia, deben dejar paso a historiadores
y eruditos (palabreja maldita en la estructura light, soplagaitas y descafeinada del gallinero mediático) o abstenerse de enumerar chorradas en debates políticamente correctos. Este film,
no es solamente un ejercicio visual impecable, una narración digna con montaje
dinámico y apasionante. No es la recreación (o glorificación) de una acción
épica pasada por el tamiz de la pantalla, siempre dispuesta a la hagiografía o
la desmesura. Es, fundamentalmente, la recreación de cómo un grupo de
ciudadanos libres (con un par de gónadas) decidieron que los otros iban a
seguir siéndolo, aún a costa de sus vidas. Hay que tenerlos bien puestos para
dar jaque a un ejercito mestizo, el más potente de la época, armados de lanzas
y escudos. Sin obviar que el amigo Jerjes; Rey de Reyes; no venía precisamente
en plan coleguita. Mal aconsejado por sus ministros y astrólogos armó la mayor
máquina bélica de la época. Los cálculos de Herodoto, resultan exagerados. Dos
millones de persas, frente al ejército griego (entre cinco y siete mil
soldados). El soberano no se presentaba de buen rollito, con una alfombra persa
bajo el brazo (Compra, paisa, barato, barato). Allá en el fondo portaba la
revoltosa intención de darles los suyo, y lo de un bombero, a Leónidas y sus
muchachos, para: a continuación; descabezar un poco al resto de la población
helénica. Los adivinos y orates de pacotilla, no auguraron su propio futuro. Al
regresar Jerjes, derrotado en Salamina y Timea, encargó que las cabezas de tan
eficaces astrólogos dejasen de estar unidas al cuerpo. Los valientes helenos
murieron luchando. Pero no contra Jerjes. No contra sus unidades de Inmortales, que perdían con rapidez esta cualidad
frente a las lanzas hoplitas. Murieron combatiendo el oscurantismo y la
tiranía. No se puede negar una criticable estructura social militarista. Sus
infanticidios. arrojando recién nacidos con defectos desde el monte Taigeto.
Pero aquel puñado de valientes hizo posible lo que hoy llamamos Europa. La
sangre derramada del Rey de Esparta y sus hombres (que para nada profesaron la Alianza de Civilizaciones)
hizo posible, que hoy se puedan escribir estas líneas sin que un Imán analfabeto
y tarado, nos coloque un cinturón lleno de bombas para tomar el expreso al
Paraíso. Su sacrifico permitió que las
mujeres puedan salir a la calle sin que un ayatolá reprimido, las azote
públicamente por que su velo ha dejado ver unos centímetros de su rostro. Los
soldados de largos cabellos y escudos de bronce salvaron nuestra civilización
con todas sus miserias (muchas y variadas), nuestros sueños. La democracia
(con sus defectillos) y todo ese concepto del Mundo; opuesto a la represión fanática; que hoy gozamos. Todo esto
nació de los cojones de un grupo de hombres, que cantaron a la libertad,
mientras las flechas de la tiranía silbaban una canción de muerte. Si hoy
tenemos independencia para leer, opinar
o arrojar a la basura estas páginas, es porque aquellos hombres decidieron que
su siguiente cena, la celebrarían en el Hades. Y a los políticamente correctos,
que les vayan dando.
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