Dentro de las teorías que rodean
al asesino de siete mujeres en otoño de 1888, que sembró el pánico en Londres,
e hizo volver la mirada hacia la miseria de Whitechapel, el hogar de la “gente
del cubo de la basura”, donde las desdichadas;
como se les conocía vulgarmente; luchaban por sobrevivir y alimentar a sus
hijos con la profesión más antigua del mundo, se encuentran de las más
racionales, a las más descabelladas elucubraciones. Por menos de un penique se
podía gozar de los favores de estas infelices que atendían a marineros,
borrachos y morralla, ocultándose en callejones húmedos y sombríos, habitados de moscas. Mujeres
desnutridas que en patios y escaleras lejanos, atendían a clientes que, afortunadamente,
estaban tan alcoholizados como ellas, y eran fáciles de engañar. La policía era
ineficiente con sus medios. Desconocían cualquier técnica actual de
investigación científica, ni siquiera eran capaces de distinguir la sangre de
un animal de la de un humano, o aplicar
el descubrimiento realizado por el argentino Vucetich, sobre las huellas
digitales. Un coto de caza excepcional para el sicokiller que campó a sus
anchas por las calles del East End, donde la niebla impedía la visión de
alguien unos metros más allá. En una zona donde las trifulcas, las peleas
domésticas y las bandas delincuenciales campaban a sus anchas, nadie se
preocupaba por lo que sucedía. Este era un campo de recreo para un depredador
inteligente y frío como el hielo. De haberse utilizado en la época las técnicas
de que disponía la autora durante la elaboración de este libro, es posible que
la identidad del merodeador londinense hoy en día no fuera un secreto. Los
análisis actuales y los avances en criminología hubieran facilitado el acercamiento
al criminal. Y así es como Patricia Cornwell intenta resolver una de las
mayores incógnitas, la identidad, el nombre que se ocultó bajo el apodo de Jack
el Destripador. Y lo hace como si se tratase de una novela de Kay Scarpetta, su detective novelesco,
pero aplicando las más modernas técnicas en el campo de la investigación
criminológica. Todo ello tras un objetivo (o una obsesión) huyendo de las teorías
conspiratorias; tan cinematográficas; que implican a al Casa Real en los
crímenes, la autora trata de demostrar que tras la fachada de este monstruo se ocultaba el pintor Walter
Sickert. Para demostrar su teoría gastó una fortuna en la adquisición de
cuadros, correspondencia, documentación, archivos, etc, que analiza con la
eficiencia de un detective. Estas páginas son un estudio caracterológico del
pintor, basado en declaraciones de la
época, notas y cartas, que revelan un personaje de rasgos sicopáticos,
narcisista y mentiroso patológico. La investigación transcurre como una novela,
progresivamente. La aportación de datos, grafología, ADN, etc termina llevando
a una cierta lógica. El estudio de los cuadros del pintor con sospechoso
parecido a las escenas de crímenes o patéticos rostros de prostitutas,
presentan cuando menos una sombra de extrañeza sobre las elecciones artísticas de Sirkert.
Varias son las aportaciones al imaginario del Destripador, que
añade la autora. La más destacada, es su afirmación sobre que los crímenes no
terminaron con los llamados “canonicos”, que consideran que el último fue la
orgía demencial que realizo sobre la infortunada Mary Kelly. Para esto añade
documentación sobre otros posteriores no
resueltos y datos que aclaran donde podía encontrarse el pintor en esas fechas.
Incluso en aquellas callejuelas, acostumbradas a todo tipo de violencia y
miserias, estas muertes impactaron por su crueldad inaudita e incomprensible. A
pesar de presentarnos un sospechoso manipulador, embustero, falto de empatía,
esto no lo convierte necesariamente en el asesino que aterrorizó aquel otoño
las desventuradas callejuelas del inframundo londinense. Algunos de los
descubrimientos realizados, destacan por que en su día escaparon a la
investigación policial: el papel utilizado en las supuestas cartas era caro y
extraño en una sociedad donde el analfabetismo y la miseria campaban a sus
anchas. Si algo queda claro tras esta lectura (entretenida, bien documentada y
estructurada) es que todavía queda mucho por decir sobre Jack The Ripper.
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