Lo confieso. Me gusta el cine de
mamporros. Mea culpa. Convicto y confeso. Profesar como dillettante de un subgénero como el que traigo a colación, me asegurará
anatemas y rasgado de vestiduras de la cofradía
Kultureras
y Ratas de Cineclub. S.A. Quizás sean los miles de horas visionando todo
tipo de celuloide (en V.O. y del otro), las montañas de libros y revistas
devorados, las enciclopedias desgastadas, lo que te inmuniza frente a opiniones
que en algún caso parten; con certeza; del desconocimiento. Lo mismo sucede en
la esfera del cine denominado infantil/juvenil, dónde con
frecuencia escuchamos opiniones; incluso en medios de comunicación; con un
incompetencia total, o convictas de flagrante ignorancia (ni siquiera han
visionado la película). Me reconozco culpable de catar y digerir estos productos
taquilleros y palomiteros. Vaya este particular por delante. Siempre he
defendido la idiosincrasia de los subgéneros. No es posible juzgar con los
mismos parámetros la aventura sociológica y humana del último estreno iraní o armenio,
o algún soporífero pestiño francés que nos han vendido con aura de qualité. Tampoco debemos creer que todo
el cine que procede de lugares exóticos (Pakistán, Corea, Brasil), vaya a
proporcionarnos un hálito de connaisseurs
en las tertulias de la cafetería. Algunas de estas propuestas son directamente
olvidables. Ralentizar las neuronas de vez en cuando, de tanta promesa con
ínfulas, resulta reconfortante y catárquico. El amplio abanico que abarca el subgénero
de tiritas y vendas, puede llevarnos desde la contundencia y técnica de un
inexpresivo Van Damme, en su primera época, dónde un film como Kick Boxer, muestra una elasticidad
y técnica más allá de toda duda, al elegante (y extravagante) concepto visual
del Wuxia. Este género oriental de
espadachines, teñido de un ligero velo fantástico, ha dado apreciables
resultados en La
Casa de las Dagas Voladoras, iniciadora
junto a Tigre y Dragón de una estética preciosista, dónde se confunden
la danza y la lucha, el cromatismo espectacular y las composiciones plásticas.
Nada que ver con aquellas casposas producciones orientales que nos acercaban al
cine a ver “una de chinos”. Fueron estas menesterosas producciones
setenteras, donde unos tipos con pantalones patadeelefante y camisas
picudas, se liaban a mamporros emitiendo unos extraños sonidos guturales; a
caballo entre el estreñimiento y el óbito; las que abanderaron la invasión. A
pesar de sí mismo, el cine cutresalchichero
que nos invadió esa década, se halla en la base de todo el cine de artes
marciales que vendría después, redimido por las inverosímiles performances del
artista marcial llamado Bruce Lee.
En aquellos días, un sinnúmero de películas vergonzantes se colaron en las
pantallas. Los ¿interpretes? Tan sólo necesitaban esgrimir una gesticulación
epiléptica que incluía señalar constantemente con el dedo de forma amenazante,
o pasear con indumentaria que invitaba a entregarles una limosna. Por no hablar
de las barbas y cejas artificiales de color blanco que gastaban unos maestros
ancianos, con la piel sospechosamente tersa. Por entonces ya existían cinéfilos
que tenían acceso al cine de Kurosawa
o de Ozu, pero en las pantallas se
proyectaban engendros como Los cinco dedos de la furia o la
ortopédica El luchador manco (iconos de la caspa marcial) que abrieron
paso al paladín de esta modalidad cinematográfica: Bruce Lee. Emigrante afincado en EEUU, se convirtió en mentor de
actores, con el arte marcial creado por él: el Jet-kune-do. Sus películas son objeto de culto para los seguidores,
aunque con las perspectiva de hoy en día, tan sólo contienen técnicas
repetitivas y grititos animalescos, no hay duda de que exportó todos los
tópicos que ha mantenido después en el cine de apósitos. Por aquí ya desfilaban
los estilemas que proporcionarían una
cohesión interna: La lucha entre escuelas rivales, la muerte del maestro, el
combate ritual y progresivo hasta completar la venganza, el proceso iniciático,
etc. Los seguidores del subgénero no exigían demasiada neurona implicada en el
guión. También Bruce aportó ciertas dosis imaginativas y de desmesura creativa.
Véase su mítico combate contra un Chuck
Norris, que le superaba en treinta kilos en el Coliseo de Roma, o como se
tapiña a todos los alumnos de un Dojo
sin despeinarse. Durante los años ochenta la querencia se acerca hacia
argumentos mixturados con lo policíaco o el fantástico. En sus primeros filmes
el belga Van Damme mostraba
exhibición de cualidades físicas, prometiendo a los aficionados algo que no
cumpliría, al diluirse en productos nada afortunados que le relegaron a un
segundo plano. El impasible (e indigerible) Steven Seagal, nunca ha logrado
despegar de argumentos con justicieros desahuciados y previsibles, con
filosofía de mesa-camilla. Tan sólo el inefable Jackie Chan ha conseguido
mantenerse a flote adaptándose a los tiempos. La clave de su mayor longevidad
en pantalla, es el tratamiento humorístico (humor incomprensible en occidente)
que imprime a sus coreografías, verdadero ballet del arte del kung-fú, y su adaptación
a otras latitudes (La Vuelta
al Mundo en Ochenta Días) dónde continúa con más de lo mismo, con distinto
plumaje. Atrás quedaron sus inicios con La Serpiente a la Sombra del Águila
(poético) o El Mono Borracho en el Ojo del Tigre, dónde lo mejor del
conjunto eran los títulos. Manufacturas de humor cantonés, que; a pesar de su factura foránea y exótica; se
introdujeron en las pantallas de medio mundo. Lo que diferencia a El
Guerrero Muay Thay de las tendencias actuales en el mundillo, es su
vocación de cinema verité, y saber presentar su propia carestía de medios
materiales como sello. Los intérpretes son menesterosos, acartonados,
paupérrimos en lo gestual y lo conceptual. El cine tailandés no anda sobrado de
medios para utilizar vestuarios y decorados como los de Hero o
Acantilado Rojo. Esto lo compensa decantándose por la acción sin
paliativos. El mamporro como estética y regalando alguna de las mejores coreografías
de los últimos años se ha convertido en su sello. En Ong-Bak, no hay trampa ni
cartón. Tony Jaa, el protagonista, de nombre imposible, se ha introducido por
derecho propio entre los iconos del cine de patadón y tententieso. Una
preparación física excepcional, sumada a un dominio sin par del milenario arte
letal del Muay Thay, se enfrenta a la
apabullante desmesura del Wuxia, de
indudable aliento poético. La efectividad del arte tailandés frente al lirismo
preciosista y la nostalgia zen; poblada de guerreros solitarios; verdaderos
quijotes de ojos rasgados. La propuesta tailandesa, la técnica rápida y
efectiva, midiéndose con las circunvoluciones estéticas, guerreros voladores
envueltos en gasas multicolores. Tony Jaa se enfrenta a la melancolía de Tigre
y Dragón, al hipnótico cromatismo de HERO, al quijotesco sentido del
honor de Guerreros del Cielo y la Tierra o la legendaria epopeya, de
esplendida fotografía de Siete Espadas. Desde la cutredad de
sus propuestas estéticas, el tailandés, ofrece un abanico de técnicas
eficientes y certeras en el subgénero para que han sido creadas. Es por tanto
apreciable su contundencia sin florituras, y su savoir faire en las
escenas de acción, que le redimen de lo penoso de argumentación o la caligrafía
fílmica rupestre. Sin coartadas estéticas se ofrece este nuevo cine marcial,
aunque tomando nota. Ya en la segunda parte, titulada en un culmen de originalidad:
Ong.Bak
2, la propuesta estética bebe de fuentes externas, claramente
influenciada por las otras cinematografías. Queda patente en el enfrentamiento
de Tony Jaa con el guerrero de color, practicante de Capoeira, realizado en el interior del templo con el suelo mojado,
iluminado por la luz de las velas. También toma nota el cine coreano; que tras
aquella bienintencionada Figuras en el Viento; (poético
título) de pobreza visual y gestual, aunque con técnica marcial depurada,
produjo esa epopeya histórica, notable y de cuidada realización que es Guerra
de Flechas. Los seguidores de este subgénero no echan de menos un
diálogo introspectivo a lo Bergman, antes de los combates, ni tampoco
añoran un travelling de quince minutos
siguiendo al prota a lo largo de una ribera, al estilo Solaris. Aunque servidor
sigue prefiriendo por encima de todas, la biografía del artista marcial chino Huo
Yuanjia, interpretada por Jet Li en Fearless (Sin Miedo) Tampoco debemos
de tener miedo de reconocer que nos gusta este tipo de cine. Si el kultureta
quiere dialogar sobre otros estilos y géneros, también hay material en la recámara
para echar unos ratitos…
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