A dia de la fecha pocos lectores
irredentos pondrán en duda que las aventuras del llamado Diego Alatriste se
encuentran entre lo más florido y elaborado de la abundante producción literaria perezrevertiana. Muchos y fértliles son los aciertos que pueden hallarse en la aventurera saga, siendo
el principal la utilización de un narrador homodiégetico o testigo, que le permite manejar con soltura el lenguaje del Siglo de Oro, circunstancia que en tercera persona hubiera resultado menos dinámica y espontánea para el lector. Alatriste refleja con acierto los claroscuros de una época preñada de personajes con querencia literaria: pícaros, espadachines a sueldo, hidalgos y soldadesca varia, cuyo reflejo cinematográfico puede resultar algo escueto y cicatero, para el aficionado fagocitador de la saga. Imposible realizar un calco cinematográfico de dichas aventuras y lances en una sola película. Las novelas del fingido capitán, necesitarían una película para cada una de ellas. El director nos muestra retazos de diversos momentos aparecidos en las distintas entregas que se han editado de estas novelas-río,
cuyas pinceladas tratan de dibujar la complejidad de un personaje atrapado; con
dignidad; entre los engranajes de la corrupción y la estulticia imperantes en la España del XVII. Parámetros
de los que se podría efectuar una relectura, por su semejanza, en los tiempos
actuales. Hay que aproximarse a la película como gestación independiente, sin
tratar de situar todos los percances que acaecen en la saga, y que no tienen
cabida en el tempo fílmico. Los reflejos en la pantalla grande de obras
literarias, con frecuencia suelen devenir inferiores a sus referentes, aunque
también hay casos en los que la recreación del director da como resultado una
obra que descolla sobre su origen escrito. Tal es el caso de Blade Runner, celuloide imprescindible,
libremente elaborada por Ridley Scott en base a la narración El Cazador de Androides de Philip K.
Dick. Escasamente se encuentran recreaciones cinematográficas, en las que la
aportación del director consigue un cosmos independiente de calidad similar a
su simiente literaria, y que brillen con luz propia. Recordemos la notable El Nombre de la Rosa , que Jean Jacques Annaud destiló a partir de la inmensa crónica medieval de
Umberto Eco. Para aproximarse al Alatriste cinematográfico, hay que dejar de
lado el aventurero sobre el papel. De este modo nos encontramos una película preclara, que no ha tenido miedo de acercarse a la producción histórica, un
referente bastante arriesgado en nuestro cine, pero sin perder los matices
intimistas necesarios para el lucimiento de actores. Las incursiones de
nuestros creadores en este subgénero pasaron por las hagiografías de CIFESA, realzando los valores patrios
en panfletos como Agustina de Aragón,
Jeromín, o productos directamente dedicados a la exaltación del Régimen y
sus consignas: El Santuario No Se Rinde, Harka, Los Ultimos de Filipinas, etc. La
fotografía de Alatriste refleja los claroscuros interiores de los personajes,
descritos con pinceladas certeras. Mostrando la decadencia y el mundo de
apariencias en que se mueven. Detrás de los cortinones y las puertas labradas de las mansiones, tan
solo restan meos y desconchados. Sostenido sobre el pilar de unas
interpretaciones contundentes; incluido ese híbrido inquisidor interpretado por
la actriz Blanca Portillo, y sostenido por una ambientación cuidada y realista. Se
respira el desmoronamiento del imperio de carton-piedra, de una sociedad atrapada en conspiraciones y emboscadas (políticas y callejeras), para mantener
un mundo de apariencias. En ningún momento se sacrifica el intimismo, para
beneficiar al fresco histórico o la acción adrenalínica. Alatriste es un
producto digno, que en manos de algún director de comedias urbanitas y
chorradas conceptuales habría seguido el mismo camino del Imperio: la
desintegración. El Siglo de Oro es a nuestro país lo que el wenstern a Estados Unidos, un referente
valioso para la cinematografía o la literatura. En el caso patrio, escasamente
aprovechado. Un apunte final, que no enturbia en absoluto la esforzada
interpretación de Vigo Mortensen. Su acento hubiera; sin duda; llamado la atención en los siniestros y húmedos callejones de aquel Madrid decadente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.