El Nombre de la Rosa en el Festival de Niebla
El original sistema de escenario
móvil que propone la versión teatral de El Nombre de la Rosa –libro que se transmuta
en movimiento perpetuo- permite que en su fondo vacío se vislumbre el lienzo de
la muralla del Castillo de Niebla, lo que constituye un aliciente en cuanto al
entorno; mágico y evocador; de la
fortaleza, y sumergirse de lleno en l a oscura época en que transcurre el
thriller de Umberto Eco. Llevar a los escenarios una obra magna como ésta, de un
elevadísimo nivel literario y cuya versión en la pantalla, dirigida en 1986 por
Jean-Jacques Annaud alcanzó similar cota de calidad, constituía un esfuerzo
ímprobo. El resultado ha sido sobresaliente. Desarrollar un elenco de
personajes, convertidos en iconos para los amantes del género, y cuyos
seguidores llegan a recitar de memoria partes del texto (si bien no gozo de tu
experiencia, Andso) teniendo como referentes la calidad cinematográfica y
literaria, no era empresa fácil. Hacer olvidar un personaje como el
interpretado por Sean Connery (Guillermo de Baskerville por antonomasia) o
iconos como Andso, los hermanos Berengario y Salvatore (¡Penitenciagite¡) que pertenecen al imaginario común de lectores y
cinéfilos, borrarlos del inconsciente colectivo, representaba todo un desafío. La primera
pregunta que surge es si Karra Elejalde es el interprete más apropiado para
estos menesteres. Aunque iniciado en el teatro, su carrera –básicamente
cinematográfica- se compone de acertadas interpretaciones: La Madre Muerta , Alas de Mariposa, Invasor, Ocho Apellidos
Vascos. El bagaje fílmico de Ballesta tiene su saldo en El Bola o Bruc, el desafío, papeles
totalmente alejados de la caracterología de estos monjes medievales, su papel
surge de una bisoñez escénica que nos deja un personaje casi anecdótico. El
principal escollo que encuentran los intérpretes no habituados a las tablas es
la proyección de la voz, así como la memorización de largos textos sin cortes en
escenas. Esto se traduce en titubeos en las frases y pequeñas lagunas en el
desarrollo. El Nombre de la Rosa
es un thriller iniciático. Obra magna que tiene su génesis en Conan Doyle; al
que homenajea en el nombre de su protagonista; sacia su sed en Borges,
agasajado con el personaje del monje ciego, y se enfrenta al milenarismo con la luz de la Ilustración. Desafía
el oscurantismo teocrático vigente, con el conocimiento que se abriría paso;
representado por la razón; en el personaje de Guillermo de Baskerville. El
libro de Umberto Eco se convirtió en referencia obligada y génesis de multitud de imitadores, y supuestos
renovadores de la Novela Histórica
o el género policiaco. A partir de esta obra, surgen detectives incluso
coetáneos del Hombre de Neardental. Esta novela-río es un manifiesto de la luz
frente a las tinieblas del fanatismo. En una época en que la cultura estaba
restringida (y controlada) por la
Iglesia , y el hombre no tiene acceso a las Sagradas
Escrituras, la custodia e interpretación de la literatura y el mundo, pasaban
sin remedio por las manos del inquisidor de turno. Karra Elejalde compone un
Guillermo fresco y cercano, alejado del cinismo intelectual de Connery. Como
lastre, la escasa experiencia en escenarios de los protagonistas principales,
con diversos lapsus de memoria a lo largo de la obra. A destacar los monjes
Remigio (Pedro Antonio Penco), pleno de facultades; Cipri Lodosa en un
excepcional Jorge de Burgos, David Gutierrez dominando las tablas como el abad,
o Koldo Losada en un impresionante Salvatore, el hereje encubierto. Una producción
valiente, altamente recomendable, de una intrepidez que se agradece en la
crisis actual y resuelta con profesionalidad encomiable. Acompañada de una
música envolvente, que en el entorno mágico de las murallas del Castillo de
Niebla se transforma en una experiencia inolvidable para los sentidos, gracias
a una excelente organización. Y es que lo único que nos quedará de las cosas,
del esplendor del pasado, es tan solo su Nombre.
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