SALOMÉ
60 FESTIVAL DE TEATRO CLASICO DE MERIDA
Motivo recurrente en todas las artes, la decapitación del Bautista, merced a las a las malas artes de Salomé y su danza de los siete velos, ha sido imaginada y recreada en pintura, literatura y danza. La difícil mixtura que conlleva esta versión de la hermosa ópera de Strauss: libreto basado en obra teatral del sarc Oscar Wilde, poesía instrumental, instrumento vocal, danza, escenografía y dramaturgia, nos revela la ópera como una de los grandes géneros, nunca bien comprendido por un sector alejado de estos menesteres y degustado por los connaiseurs como un manjar exquisito. Con premeditación y alevosía. La Salomé de Strauss no es una protagonista telúrica. La luna, astro de presencia irracional, de entidad voluptuosa, está presente en los sentimientos y reacciones de los protagonistas, como una esfera gigante sobre el escenario, dejando fluir su albedrío irracional sobre la insania de los protagonistas. La dicotomía definida por una corte libertina, desenfrenada, encabezada por la voluble Salomé; secundada por la pérfida Herodías; y el amedrentado y vicioso Herodes, se enfrenta al ascetismo y moralidad extrema de Iokanaán. De esta conflagración surge una atracción enfermiza, un poema a la sinrazón, dónde tienen cabida las más elevadas y bajas pasiones. La amoralidad, el erotismo latente, la soberbia ofendida, el temor a poderes desconocidos, o el hedonismo más decadente fluyen en las arias apoyándose en atmósferas tonales malsanas, para lo que el compositor dinamitó y forzó la partitura, representando el estado de ánimo de los personajes con los instrumentos. Todo en Salomé es enfermizo, incluso el fanatismo integrista de Iokanaán, basado en la amenaza; no en la redención; en el castigo; no en el perdón. Los personajes se mueven al límite, arropados de una instrumentación con motivos armonizados para presentar los principales personajes. El atrezo; osado y vanguardista; combina soldados de la guardia mora con el paje interpretado por la mezzo Mireia Pintó, que gasta fajín de generalísimo venido a menos. Todo ello presidido por un disco lunar omnipresente y fatídico. La diosa Selene dispuesta a manipular los recónditos deseos de los protagonistas. A destacar la esplendida presencia de la soprano Ángeles Blancas, de poderoso instrumento vocal cuyo lucimiento en el aria: Nada hay tan blanco, sobrecoge al espectador por su belleza armónica. Acompañado de la presencia poderosa del barítono José A López; en original duplicidad escénica; ya que la voz surge desde la zona de orquesta, en tanto que el personaje es representado en escena por el excelente bailarín Carlos Martos, que regala un profeta de movimientos convulsivos, con la desmesura como arma. El mismo recurso permite duplicarse a la Salomé cantante en la bailarina Arantxa Sagardoy, para ofrecer un dificilísimo tour de forcé frente a la extravagante melodía de la Danza de los Siete Velos, resuelto con maestría y eficacia en una coreografía magistral de Víctor Ullate. La Orquesta de Extremadura en una soberbia conjunción bajo la batuta de Álvaro Albiach con el nivel de excelencia acostumbrada. Un cambio en el libreto nos deja con Salomé a punto de ser asesinada por orden de Herodes (excelente el tenor Thomas Moser), ya que en la obra del extravagante Wilde, la desdichada moría ahogada en un lago helado. Se nos oculta la reacción de la viperina Herodías, interpretada por la mezzo de gran belleza Ana Ibarra, cuya presencia escénica es axiomática. Los amantes de la ópera degustaron un espectáculo de nivel altísimo. Agradecimiento a la organización, que ha decidió devolver a estas piedras milenarias arriesgados ejercicios de belleza tan necesarios como esta Salomé de Strauss. Quienes ya disfrutaron en estas mismas gradas de joyas como Medea de Massenet y Herodiade, abrigan la esperanza de que esto sea el comienzo de una gran amistad (con el permiso de Bogart).
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