La ladrona de libros
A pesar de presentarse como una coproducción (Estados
Unidos/Alemania) La Ladrona
de Libros podría incluirse; sin duda; por su estética y desarrollo, dentro de
ese cine Europeo de calidad que nos ha regalado otras obras sobre la temática
del nacionalsocialismo. Baste recordar las excelentes NAPOIA, visión sin
concesiones acerca de las academias infantiles del nazismo, GHETTO; contundente
denuncia de la impunidad que inútiles y opacos adquieren durante periodos de
guerra; sin olvidar otra excelente película como LA REDADA (no estrenada en
nuestro país), donde se muestra la vergonzosa colaboración de un sector del
país galo en las deportaciones de judíos y republicanos. Podríamos reseñar
dentro de este grupo la emblemática AMEN, del Director Costa-Gavras,
contundente denuncia sobre la grisura histórica del Vaticano a la hora de
enfrentarse con las monstruosidades del nacionalsocialismo, y su obsesión
visceral por el comunismo. Otra película altamente recomendable para conocer la
infancia del otro lado es LORE, donde se narran las vicisitudes de una
generación perdida, adoctrinada en la perversión política que les toco vivir.
No olvidemos la parábola de EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS, hachazo frontal
sobre las ramificaciones del mal en propia piel. En La Ladrona de Libros, se dan
características comunes con algunas de las obras citadas. Prima lo cotidiano
sobre la pura acción, la intensidad dramática y los gestos humanos sobre esa
truculencia, que tan cara es a esta faceta del género histórico. La cámara,
enamorada de la mirada de la pequeña Sophie Nélisse, apoyada por grandes característicos
como Geoffrey Rush o Emily Watson, consigue transmitir la fuerza de la
convicción y el valor frente al horror y vacuidad que les ha tocado vivir.
Resistir frente al espanto cotidiano. Es lo que hacen los personajes de esta
historia, en la que todos resultan de un modo u otro, perdedores que no se
rinden frente a la injusticia. Desde los ojos inmensos de la protagonista
desfilan una serie de personajes; unos como marionetas que se dejan llevar por
el momento histórico y político; los otros, sobrellevando como pueden, desde el
humor, desde la aspereza, frente al absurdo histórico que les ha tocado vivir.
Sin perder su humanidad y superando su miedo cada día. La Ladrona de Libros es sobre
todo un hermoso homenaje a la fuerza de la palabra como transmisora de luz, la
palabra como arma para combatir el oscurantismo y que se sobrepone a las quemas
de libros, a todas las Inquisiciones, a la censura analfabeta y cruel. Es una
embajada sobre el poder del verbo y el necesario ocaso de las ideologías. Un mensaje
que se envía, utilizando las armas de una fotografía excelente; que recrea en
los planos de los ojos insondables de la protagonista; una mirada hacia el
futuro por encima de la estulticia de las doctrinas, o de la banalidad del ser
humano. No se trata, en definitiva, de un film con querencia lacrimógena, pese
a que toca con firmeza nuestras fibras más recónditas. La banda sonora del
inmenso John Williams, intimista, de un minimalismo vocacional; en simbiosis perfecta; evoluciona con los
personajes y refleja su mundo interior. Esta partitura ha sido acusada de ser
una obra menor del maestro del neorromanticismo cinematográfico. La melodía de
esta preciosa banda sonora, puede gustar o no gustar. El melómano puede
ejercitar el derecho de preferir la ampulosidad wagneriana de otros
backgrounds, (Indiana Jones, La
Guerra de las Galaxias) plagada de leitmotiv, o considerar
insípidos scores como Las Cenizas de Ángela, o decantarse por el lirismo
clásico y melancólico de La
Lista Schindler. Pero sería como acusar a las intimistas
creaciones de Erick Satie; cuya influencia; por cierto, está presente en
algunos momentos; de ser obras menores. La Ladrona de Libros es una película altamente
recomendable, un acercamiento alternativo y honrado, a la vida cotidiana en un
periodo histórico del que casi toda la información esta lastrada por clichés y
lugares comunes. Y es que para que no sucedan estos horrores, existen los
libros.
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