No
es; hasta bien avanzada la novela; después de un introito para presentar
personajes y circunstancias, cuando aparece la Marta Rivera cronista de
historias mínimas que se van creciendo, hasta introducirnos en ese mundo de las
pequeñas cosas dónde destaca esta autora. Creadora de anécdotas que se van entrelazando; incluso ha pergeñado
su propio territorio en Rivanova; trasunto
del Macondo garciamarqueano, población en la que se desarrollan algunos de sus
mejores relatos. En Hotel Almirante,
que comienza como un presunto thriller,
la escritora va desgranando una serie de personajes que se apoderan del lector,
para relatarnos el crecimiento de un mundo entre fogones, con maestría y
dominio de los recursos narrativos. Marta jugará con la referencia de estos
personajes en otras novelas, creando un mundo cíclico y reconocible para el
lector fiel a su obra. Si en Hotel
Almirante, magnificaba los sentimientos reinantes en su intramundo de
Rivanoba, en Veinte años no es nada,
componen la pieza principal de un engranaje perfecto; como mecanismo de relojería;
que se engrandece con ese final abierto. Enternecedor y a contracorriente. Los
personajes de Marta Rivera se hospedan en nuestra piel, y permanecen allí después
de cerrar el libro, ya sea la joven protagonista de Veinte años no es nada o esa mujer atrapada en el duelo por su
madre muerta, que encabeza la mejor de sus novelas: En Tiempo de Prodigios, donde alcanza cotas narrativas elevadas. Partiendo
de un lenguaje medido, contenido, descriptivamente práctico, sin florituras,
Marta introduce al lector en su cosmos particular, que por otra parte es un
cosmos universal de sentimientos, amores, dolores, emociones. Lo forja a través
de unos personajes cercanos y palpitantes. Seres que se dejan aceptar por su
enorme humanidad. Hay que destacar la absoluta coherencia de sus microhistorias, apoyadas en la fisicidad de
los personajes. Su evitación de esa línea literaria, tipo guión cinematográfico
y narrativa plana, con que castigan al lector algunos autores de moda pasajera.
Si en Hotel Almirante la corporeidad
de fogones y recetas, era casi tangible; en esa realidad alternativa en que nos
invita a colaborar En Tiempo de Prodigios, vivimos con la
protagonista su drama interior ante los acontecimientos que no se pueden
controlar en esta vida. En un excelente montaje paralelo (si se me permite el
termino cinematográfico), alternando el presente, con las vivencias de Zachary
West. En La Vida
Después , vuelven a
retornar esos personajes que se desbordan de las páginas para llegar al lector.
Servida con su usual y diestra narrativa. Esgrimiendo esa musicalidad interna
del texto, que se agradece, los giros argumentales y; sobre todo; la galería de personajes enérgicos, conmovedores y certeros que
han situado a la novelista en merecido territorio dentro de nuestra literatura.
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