Independientemente de la desigual
performance de Alfredo Alaria y su particular síndrome de hombre poliédrico
(actor, coreógrafo, bailarín, guionista), el interés que despierta una película
con las características de Diferente, es ajeno al terreno
exclusivamente cinematográfico. Planteada como un musical al servicio del
bailarín argentino -tras el fracaso comercial, disuelve la compañía y regresa a
su país- constituye uno de los títulos mas peculiares rodados durante la dictadura
franquista. La irregularidad de los números musicales; introducidos con
calzador; no ha contribuido a mantener en el recuerdo una obra, cuya única
particularidad es la aparición del primer homosexual declarado en el cine
español. Arias salgado; guardián de la moral y los sacrosantos valores patrios;
se encontraba al frente del Ministerio de Información y Turismo, aunque la
vigilancia de sus cancerberos no sirvió para detectar la perspectiva homosexual
que Alaria imprimió en la pantalla. Ante la miopía de los férreos inquisidores;
después del escándalo provocado el año anterior por Viridiana; esta modesta producción supuso un mazazo psicológico al
autocrático y garbancero gobierno. Ninguno de los valores artísticos de Diferente; en el caso de que existieran; habrían permanecido en el recuerdo
cinéfilo, sin la complicidad de aquellas escenas que escaparon a la vigilancia
del burócrata censor de turno. El fulano de bigotito recortado, gafas oscuras y
camisa azul del Movimiento dejo pasar sin detectar ninguna anormalidad (o
inmoralidad) el guión del argentino, por
sus manos inquisidoras de tijera fácil. En una de las escenas, el protagonista
visita a un empleado. El hijo de éste se le insinúa (atrevimiento insólito en la
época). Pero el instante fetiche es cuando Alaria se recrea en la contemplación
de un musculado obrero de la construcción. Un escultórico héroe clásico, aunque
la mirada febril lo despoje de toda aura mitológica, mientras trabaja con una
taladradora de connotaciones fálicas. La cámara; como un alter ego del protagonista; mediante el zoom acerca los planos de hinchados bíceps y torso diamantino.
Alaria corre hacia la puerta del joven que anteriormente había rechazado y
llama, hasta que le abre con una sonrisa. Menudos lumbreras. Los bienpensantes
guardianes de la cultura rupestre, que velaban por las buenas costumbres tijera
en mano, incapaces de descifrar mensajes subliminales, como la secuencia en que
la cámara recorre la biblioteca del personaje interpretado por el bailarín,
dónde se amontonan las obras de Oscar
Wilde, García Lorca y Freud. Notable culturón el de los interfectos. El
argumento deviene vehículo dedicado al lucimiento de su demiurgo. La
planificación se recrea en su físico con complacencia y detalle. El film aportó
una estética desconocida hasta ese momento en el cine patrio. Sus números
musicales resultaron innovadores, abarcando desde coreografías kitsch (baile en un Saloon del Oeste),
hasta ramalazos de la modernidad más atrevida. Todo ello estaba extraído del
espectáculo que Alaria presentaba en los escenario con el atrayente título De las Vegas a España. Cosa fina.
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