Título en V.O.: Adam resurrected
Nacionalidades: USA Año: 2008
Duración: 106 min.
Género: Drama
Color o en B/N: Color
Guión: Noah Stollman
Fotografía: Sebastian
Edschmid
También acompaña con el violín a los que caminan a las
cámaras de gas. Un día se ve obligado a tocar mientras su mujer e hija
transitan hacia la muerte. Deshumanizado, desciende a los infiernos de la
locura para sobrevivir, hasta ser internado, después de la guerra en el
psiquiátrico dirigido por Derek Jacobi, en donde crea su particular universo,
manipulando, entreteniendo, seduciendo a la enfermera y escapando de la
realidad que les rodea. Todo en el filme es excesivo, algo comprensible en un
sanatorio dedicado a supervivientes de los campos nazis, que niegan su
condición o la disfrazan con diversas anomalías y patologías. Hasta que Stein,
en una escena magistral e incomoda, consigue que se reconozcan como tales y
comiencen su catarsis. Todo es insanía y agobio en este metraje, que por
algunos momentos parece escapar de las manos de director para seguir su propios
dictados, ausentes del mundo racional y cercanos a la esquizofrenia que se nos
narra. El espectador se asoma a un vacío existencial, a la aventura sombría en
que Steiner trata de salvar al niño-perro, para
alcanzar su propia redención. En Adam Resucitado aparece el dolor
del superviviente que demanda cada día al cielo la razón de la muerte de su
hija. La razón de tanto sufrimiento. Esta pregunta retórica flota como una
niebla insana, como una atmósfera maldita sobre la que giran los personajes (y
sus consecuencias) todos ellos convertidos en tiovivo de un destino que no
solicitaron. Goldblum, especializado en personajes torturados; de compleja
psicología; como en El sueño del mono loco o Mr Frost, se recrea
en un personaje hecho a la medida. Quizás por esto su redención final
descoloca, hace que pierda fuelle todo el tortuoso entramado que se nos había
ofrecido. La originalidad del guión se basa en huir de mostrar la violencia y
la sordidez que tan caras son al género del Holocausto. La violencia ejercida
por el comandante nazi es mucho peor. Es el descenso a los abismos de la
degradación, que le ofrenda a cambio de la vida su dueño y señor; interpretado
por el siempre eficiente Willen Dafoe. Es la aceptación voluntaria de esta
nociva parafilia por parte de Stein, ya que en ningún momento se le trata con
violencia física. Incluso hay una cierta; y terrible; complicidad entre dos
seres desarraigados de si mismos, en un perverso juego de espejos. Toda la
construcción está estructurada para incomodar al espectador. La narración
fragmentada, la idefinición, los gestos, los arrebatos, los monstruos interiores,
la caricatura desmesurada, la luz; fría como una navaja; los incómodos giros del guión que nos inducen a subir en su montaña rusa. La
novela gozaba del extraño honor de su inclusión en la infame lista de films
infilmables (añadamos el Ulises de Joyce, Cien años de soledad, Absalóm o
Rayuela) hasta que Schrader se empeñó en llevar a la pantalla este estudio
nebuloso sobre los efectos del dolor en el alma. Sin llegar a alcanzar las
cotas de intensidad de Aflicción (Nick Nolte), Schrader disecciona el
alma humana, en un difícil equilibrio entre el ridículo y lo terrible de
algunas escenas. Personajes al límite, diálogos desapacibles, histrionismo
actoral, zooms que desarman, componentes simbólicos o míticos que componen un
microcosmos; ciertamente incómodo; e inquietante. La pregunta final es si nos
encontramos ante una narración sobre el holocausto, o sobre los recovecos de la
mente humana. Sobre las dos cosas. O sobre ninguna. Quizá pudiera explicarlo
la turbia y morbosa enfermera (Ayelet
Zurer), quien se siente fascinada por el hombre asomado al abismo. Hombre que
pierde todo magnetismo para ella, cuando se recupera y vuelve a la grisura del
ser humano cuerdo. A la cotidianidad nuestra de cada día.
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