Desde el inicio, en un escenario
con la arquitectura primordial e intimista de una formación básica jazzísitca; un trío: teclado,
ritmo y contrabajo; toda una declaración de intenciones: Jazz directo, sin
grandes bandas que impidan o vicien la cercanía, la intimidad entre público y
artista. El silencio se rompe como un
velo, cuando la diosa de ébano regala toda la parafernalia de que esta dotado
su instrumento vocal. Carmen Souza se desliza como una pantera sobre el
escenario, aterciopela la voz, la desgarra a voluntad o la convierte en
maullido afelinado, en africano sonido tribal.
Para recordarnos a los humanos que;
aunque habite el paisaje de la síncopa jazzística; no olvida sus orígenes
caboverdianos. Hay ecos de godspell en esta voz elástica, que juega a imitar
instrumentos; en un delicioso y prodigioso scat;
(con permiso de Ella Fitzgerald). Sentada frente al teclado deja fluir desde su
versátil garganta una difícil, original, llena de swing, versión de My Favorite Things, la canción creada
por Rodgers and Hammerstein para el musical Sonrisas y Lágrimas, El tema original del musical es un vals en mi
menor, de ritmo algo acelerado, con una estructura tonal muy simple en el
comienzo, de solo tres notas. Su prodigiosa garganta regala todo un engranaje de
vocalización, un ejercicio avanzado de talento: Donna Lee", el
"temazo" de Charlie Parker, "un gran desafío" para ella
porque ha transformado el "bee-bop" de la melodía y ha añadido letra
en criollo. Llega arropada por tres virtuosos, Ben Burrell, que lo entrega todo
en un piano cristalino, ensoñador. Elias
Kacomanolis, permanece en un segundo plano (como debe ser), sin estridencias en
la percusión, con compás preciso como una brújula. Como un corazón metálico que
insufla vida al conjunto sin enfatizar su presencia, pero imprescindible para
que alienten las melodías. Virtuosismo en el bajo electrónico y en el
contrabajo de Theo Pascal, recorriendo el mástil como un horizonte inabarcable,
con esa facilidad con que aparentan suceder las cosas difíciles, cuando el
esfuerzo y el talento andan hermanados. Carmen Souza ha saltado de los
micrófonos de los clubes de jazz lisboetas a sacudir el panorama musical de la world music y del jazz hibridado, con
cercanías vocales a Billie Holiday, retazos a lo Nina Simone o Carmen McRae.
Pero es todas y ninguna, porque la originalidad vocal de esta representante de
la diáspora caboverdiana, va más allá, entronca con el rugido de la selva, con
la cálida sutileza de la samba o el exotismo criollo, pasando por versionar a
Edif Piaf. Carmen es, además, instrumentista. Domina la guitarra o acaricia el
teclado para regalarnos acordes afro-latinos empapados del más puro jazz
contemporáneo. Aquí están presentes las raíces lusoafricanas, pero también el
amplio bagaje musical y la capacidad de síntesis de la artista, que nos regala
un amplio espectro, que camina de puntillas sobre los géneros, para llevarlos
al terreno de su prodigiosa y personalísima voz. Capaz de fundir el jazz más
académico, con la morna y el batuque de su terruño. La artista se mete al
público en el bolsillo, invitándoles a la catarsis, interpretando el tema Áfri Ka. Por un instante recuerda a su
compatriota Mariza, (otra lusófona) cuando saca en sus conciertos la artillería pesada, e
invita a todos a compartir su canción fetiche: Rosa Branca. Se sienta al piano para donar una versión de Song of my father de Horace
Silver, que ya tomaron
"prestada" Stevie Wonder o Paul Weller, o deja perplejo al respetable
con los excesos vocales de la endiablada partitura de Kachupada. Hay un momento para el minimalismo intimista. Arbola la
arquitectura musical con su guitarra y un contrabajo para desgranar una deliciosa versión de Sous le ciel de París de Edith Piaf,
donde el diálogo entre el terciopelo de la voz y las notas profundas del
instrumento; que demuestra que con cuatro cuerdas puede componer una edificio
sonoro pleno de matices; nos conduce directamente a las buhardillas de Montmartre.
Carmen Souza sabe conectar con el público, a su voz desgarradora le añade una
espontaneidad apasionada. Ella, ha asimilado y transformado por completo sus
influencias sonoras nativas. Las ha potenciado hasta transformarlas en un
vocabulario personal con un espectro amplio. Elegancia y tradición que se dan
la mano, y la han convertido en un vendaval dentro del World Jazz. Hermosa y
melancólica, la velada que nos regaló en el Teatro López de Ayala. Para
guardarla en ese rincón que reservamos a las cosas que de verdad importan.
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